(Memorias del
Padre Serra, fundador de la congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo
Redentor)
Libro: Tierra de
Compasión
Autor: Antonio Bellella
Cardiel, cmf.
Editorial: EL Perpetuo
Socorro
A ninguno
satisfacía el primer asentamiento en aquel
bosque; así que lo primero que hicimos fue trasladarnos a un lugar más
veraz, donde pusimos la segunda base de la misión y seguimos profundizando en
la lengua, costumbres, leyes y creencias de los aborígenes, amén de curarles
sus heridas y enfermedades e irles convenciendo de que dejaran sus armas y
pendencias.
Avanzaba nuestro
conocimiento del país y nuestra familiaridad con los naturales. Tampoco allí
tenía pensado el Señor que nos quedáramos y, como se suele decir, ¡a la tercera
va la vencida!... Por la gracia de Dios, en diciembre de aquel intenso e
inolvidable año de 1846, iniciamos el asentamiento definitivo en unos hermosos
terrenos a la orilla del río Moore, de los que, con todos los parabienes de las
autoridades civiles y eclesiásticas, muy pronto pudimos considerarnos
propietarios: el futuro monasterio de nueva Nursia, a unos 130 Km al noreste de
Perth, cuya primera piedra se puso el 1º de marzo del año 1847.
Lejos de San Martín
Pinario y de La Cava, nos sentíamos más fieles que nunca a nuestra tradición
benedictina, porque acabábamos de establecer una sede de la orden casi en las
antípodas de la patria que nos vio nacer. En las conversaciones de aquellos
días, el P. Salvado y un servidor nos veíamos émulos de San Bonifacio y de
tanto otros evangelizadores benedictinos; soñábamos con restaurar la Orden en
España o al menos organizar una congregación benedictina misionera para
Australia occidental; nos animábamos mutuamente con la esperanza de poder
superar las dificultades que se presentaran; sentíamos que Dios nos había
bendecido de una manera única y singular, y ambos anhelábamos hacer de Nueva
Nursia una abadía territorial como la Santísima Trinidad de La Cava, cuyo Abad
fuera el Pastor y Padre de aquellas nuevas almas ganadas para la Iglesia.
Si me he
detenido a relatar todos estos detalles es porque, a pesar de las muchas dificultades
que fue necesario arrastrar, creo que aquel año fue uno de los momentos más
importantes de mi vida. Prueba de ello
es que un tiempo más tarde, y precisamente por diversidad de criterio en torno
al futuro de Nueva Nursia y otros asuntos de la misión de Australia, tuve mis
diferencias con el P. Rosendo, mi hermano y compañero de vocación, trabajos y
fatigas por el Evangelio. Ahora, al tiempo que lamento haberme dejado llevar
por mi natural impulsivo, comprendo que para ambos no ha habido mayor suerte
que poder compartir el dolor y la alegría de aquellas jornadas. ¡Cuánto me
gustaría que el P. Rosendo estuviera ahora aquí, en este convento, y ambos nos
quitáramos mutuamente la palabra, recordando aquellos días! ¡Cómo quisiera
despedirme de él antes de entregar mi alma a Dios!
Antes de acabar
este capítulo quiero mencionar a Mori-Mori. Así se llamaba el primer aborigen
que, desde Nueva Nursia, viajó a Perth con el P. Salvado. El hecho de que un
indígena acompañara por propia voluntad a un europeo era extraordinario en sí
mismo. Para la misión de Nueva Nursia, Mori-Mori fue el primero de una larga lista
de las etnias Yuat y Nyungar, que fue introducido en la nueva vida que promete
nuestro divino Redentor. La fundación del nuevo monasterio fue una gran apuesta
a favor del pueblo originario de Australia, sin otro interés que el de enseñar
el evangelio a los humildes. Ellos fueron quienes nos ofrecieron su confianza;
gracias a ellos se puso en marcha nuestra Iglesia.
No Response to "Enero 1846. Rosendo Salvado. (Continuación)"
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